REFLEXIONES

SEÑOR MIO Y DIOS MIO

Ha sido con esta muy linda y significativa expresión que Tomás, el apóstol incrédulo, acepta la presencia de Jesús. Y la acepta en una circunstancia en que el mismo Jesús, después de su resurrección, se presenta por segunda vez a los apóstoles.

La expresión de Tomás que se indica como título de la presente reflexión, nos ayudará a afianzar siempre, más y más, nuestra fe. Ese valor tan maravilloso que recibimos en el sacramento del bautismo, fuente de un empeño de vida cristiana, la misma que solo puede dar el verdadero sentido a nuestra existencia.  Conforme el evangelio de Juan 20, 24-29, en esta circunstancia, los apóstoles todavía no habían recibido el Espíritu Santo, fuente y motivo para proclamar la palabra que Jesús les había dejado. Divino Espíritu que, al iluminarlos, a la postre, no dejan de cumplir con el mandato de Cristo de ir por todo el mundo proclamando el reino de Dios, hasta entregar su vida…

En esta circunstancia, Tomas no se encontraba con los demás apóstoles y Jesús se presenta para reafirmarlos en la fe de su resurrección. Al no estar presente Tomas, los demás apóstoles al no poder callar esa nueva realidad, la comunican con mucha alegría al apóstol que tajantemente manifiesta de no creer hasta no poner los dedos en sus llagas.  Jesús se aparece nuevamente, se acerca a Tomas, le enseña sus heridas y le pide de no ser incrédulo, más bien creyente invitándolo a poner sus dedos en las llagas. Frente a la realidad y verdad del hecho a Tomas no le queda otra salida que aceptar la presencia de Jesús con esa linda expresión de fe: “Señor mío y Dios mío”.  Expresión que muchas veces solo la utilizamos cuando tengamos algún percance: ejemplo el temblor del otro día, o algo parecido como si fuera la última ancla de salvación. En fin, no deberíamos esperar esos fenómenos o algo parecido para manifestar nuestra fe, más bien vivirla como nos corresponde.  Jesús termina reafirmando su presencia de resucitado a Tomás, con: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.

Apreciados Hermanos del corazón, les invito a leer el evangelio de Juan 20, 24-29. Tómense un poquito de su tiempo. Vale la pena. No se arrepentirán.

Como nos indica Jesús, creer es aceptar la presencia divina en nuestra historia, en nuestra vida. Es dejar de iluminaros y guiarnos por ella. Es el regalo más apreciado que nos ha dejado Jesús. No hay que descuidarlo y peor, desperdiciarlo. Más bien cultivarlo con la lectura diaria de la palabra de Dios, con la oración, la frecuencia en los sacramentos. Es decir, una existencia en que Dios prime en nuestra vida.

El Señor y la Virgen los bendigan.

P. Francisco Lafronza (P. Felipe)

 


HOMENAJE AL MAESTRO EN SU DIA

“En cualquier circunstancia que un docente ejerza su función en la medida en que va más allá de la transmisión de su saber particular y que procura contribuir a la formación de la personalidad del alumno, orientándolo hacia la verdad, hacia el bien, hacia la belleza, en esa medida merece el titulo sagrado de maestro”.  (H. Aguer)

Es con esta definición del “maestro” de un muy respetable y gran educador, deseo iniciar mi justo, afectuoso y grato homenaje a todos los maestros en su día.  Un homenaje como reconocimiento por su encomiable labor educativa, hecha con amor e inmensa dedicación en la formación de las nuevas generaciones de nuestra patria y del mundo entero.  Un día de mucho significado por una de las actividades humanas, de indudable importancia y necesidad, conforme lo indica la misma palabra: EDUCAR. La actividad de todo ser humano que, como individuo y miembro de los diferentes ambientes donde se desenvuelve, con la ayuda y orientación profesional del educador, se va formando según su vocación. Aportando, con el trascurrir del tiempo, lo que le corresponde para su bienestar individual y el bien común.

Desde nuestra tierna edad, todos tuvimos la posibilidad de orientar nuestra existencia según una forma de vida que abarcara la totalidad de nuestro ser; en esto, los padres de familia fueron, y siguen siendo, los primeros educadores de sus hijos.  Pero, no hay duda que, en la actividad educativa formal, se requiere la presencia profesional de quienes hicieron de su vida la tarea de educar: los maestros y maestras, ayudando al educando a descubrir su realidad y la del entorno que le ha tocado vivir, sin descuidar la adquisición de los valores humanos y trascendentales para darle sentido a la propia existencia. Labor que, a su vez, no deja de ser una misión. Para ello el educador tiene que constituirse como ejemplo de sus educandos.

S.S. el Papa Pablo VI, en una de sus intervenciones sobre el tema educativo afirmaba: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos”.  Y el Papa Francisco, haciéndose eco de la afirmación de Pablo VI, añadía que: “Educar no es un oficio, más bien una actitud, una forma de ser; para educar es necesario salir de uno mismo y quedarse en medio de los jóvenes, acompañarlos en las diferentes etapas de su desarrollo, poniéndose a su costado. Otorgarles esperanza, optimismo para su camino en el mundo. Enseñarles a observar la belleza y la bondad de la creación y del hombre, que siempre conserva la imagen del Creador. Pero sobre todo sean testigos con vuestra vida de lo que les comunicáis”.

Hace algunos años se ponía en duda la presencia del maestro en el aula, al frente de sus educandos, como si su presencia hubiese pasado de moda… El desarrollo de los medios de comunicación social con sus diferentes teorías y formas de informar a sus oyentes, indirectamente, estaban desplazando al maestro de su empeño educativo.  El desarrollo de las ciencias de la educación y los indicadores negativos del comportamiento humano, que se dieron y siguen dándose, fueron entre otros elementos, los que determinaron la imposibilidad de excluir de la actividad humana la presencia de quienes, en la historia educativa de los pueblos, siempre estuvieron en primera línea en la formación del ser humano: las maestras y los maestros.

Homenaje en que no es posible olvidar al Maestro de Maestros Jesús. Muy significativos y apropiados son los conceptos vertidos por Él mismo al identificarse como: “Camino, verdad y vida” (Juan 14, 6). Camino, como proceso a seguir para lograr un determinado objetivo, la verdad. Verdad que se identifica en Él y Vida, el bienestar material y espiritual tan anhelado.

Un educador no termina con los años de su actividad educativa en un determinado plantel. Seguirá siéndolo por toda su existencia, pues educar como misión: es ayudar al educando a darle sentido a su existencia conforme el proyecto de vida que el Señor ha establecido para nuestro bienestar material y espiritual.  Mi homenaje de amor y gratitud va para todos los maestros y maestras de hoy en día y del ayer. Tengo un deber de justicia recordar a todos los educadores y educadoras que, desde su fundación, me acompañaron en la conducción del Colegio Cristo Salvador. Primero a los Hermanos de la Orden Franciscana Capuchina y luego a todos los demás maestros y maestras. Unos cuantos todavía siguen en esta labor. Unos que otros, por diferentes motivos, tuvieron que dejar la enseñanza formal, pero, conscientes de su misión, siguen educando. Es una realidad que su aporte educativo no ha sido en vano. Dan testimonio de ello los más de dos mil ex alumnos y ex alumnas que, por la muy responsable y profesional formación recibida en el Cristo Salvador, colaboran en la transformación y progreso de nuestra patria.

Un recuerdo muy especial es para todas las maestras y maestros que, al cumplir con responsabilidad su misión de educadores, nos han precedido en la casa del Padre. Para todos ellos nuestra oración al Señor con la seguridad que, a partir de ese momento que su alma se separa del cuerpo, ya están gozando de la plenitud de la vida junto a nuestro Padre Dios.

La nueva realidad educativa con la presencia virtual de los alumnos, que ha cambiado en parte cierta forma de educativa de actuar de ustedes, maestros y maestras, no les impedirá de seguir dando lo mejor de si.

Gracias, mil gracias, maestros y maestras del Colegio Cristo Salvador, del ayer y de hoy en día. Es para todos Uds. que, con justicia, va el título sagrado de maestro o maestra, pues fueron todos Uds. que han contribuido y siguen contribuyendo a la “formación de la personalidad del alumno salvadorino, orientándolo hacia la verdad, hacia el bien, hacia la belleza, hacia Cristo” con su profesionalismo y testimonio de vida.

El Señor y la Virgen los bendigan

¡PARA TODOS UDS. UN FELIZ DIA DEL MAESTRO!

03 de Julio 2021

Francesco Lafronza (P. Felipe)

 


UNA PATERNIDAD HUMANA REFLEJO DE LA INCOMPARABLE PATERNIDAD DIVINA

“Y yo seré para vosotros Padre, y vosotros seréis para mí, hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Corintios 6:18).

Dios al crear todo lo que existe nunca dejó las cosas a medias. Todas las hizo completas en su “ser y hacer”. Al crear al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza: “vio que todo lo que había hecho era muy bueno” (Génesis 1,31). Muy bueno en su fondo (esencia), forma (estructura) y proyección (acción). Creados a imagen y semejanza de Dios los seres humanos no podían dejar de realizar ciertas funciones, como las que el mismo Señor realizó y sigue realizando desde su misma eternidad: su divina paternidad. Ser Padre de todas sus creaturas, pero sobre todo de quienes nos creó a su imagen y semejanza. Una paternidad divina que quiso compartir y transmitir a todos los seres humanos bajo el valor del amor.

El verdadero amor, con letras mayúsculas. “Un amor paciente y bondadoso; que no tiene envidia, ni orgullo, ni arrogancia. No es grosero ni egoísta, no se irrita ni es rencoroso, no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El verdadero amor nunca muere” (Corintios 13, 4-8).

Solo han trascurrido algunas semanas de la celebración del día de mamá. El próximo domingo nos espera celebrar el DIA DE PAPRE. Un día de amor y gratitud para ofrecer un justo homenaje a quien, junto a mamá, (enriquecidos espiritualmente de la gracia sacramental del matrimonio), hicieron posible nuestra existencia. Experiencia maravillosa que el Señor realizó por el deseo de compartir con sus creaturas, el hecho de dar vida, una vida plena y útil, es decir, una paternidad humana, reflejo de la incomparable paternidad divina.

Ser padre es una vocación, una elección de Dios: “No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se os conceda. (Juan 15, 16). Es muy posible no darse cuenta de esta divina llamada, de esta elección. Pero si uno analiza su naturaleza, sus inclinaciones, sus habilidades y capacidades, la forma por la cual desea orientar su existencia, allí encuentra la respuesta de su vocación, de la llamada divina, “del por qué, para qué y el cómo” ser papá.

Para ello Papa Francisco nos recuerda que: “nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina. La llamada del Señor no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Pero puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón”.

En su mensaje, Francisco destaca la necesidad de asumir la propia vocación, sin rezagarse: “¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora”.

No todos los hombres tienen la misma vocación o deseo de ser papá. Al asumir esta responsabilidad es necesario hacerlo con entrega y empeño, conforme los valores que el Señor indica al respecto, a partir del valor del amor. Ser padre no es ser el proveedor de las necesidades materiales del ambiente hogareño; es ser representante de Dios, un regalo del Señor, que, junto a su esposa, la madre de sus hijos, marca la presencia divina en el hogar, con la función de contribuir a vivir la común unión entre todos los participantes del ambiente familiar.

No es posible desligar el Día del Padre del ambiente familiar. Por ello, Papa Francisco afirma: “Dios pone al padre en la familia para que, con las características valiosas de su masculinidad, «sea cercano a la esposa, para compartir todo, alegrías y dolores, cansancios y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando tienen ocupaciones, cuando están despreocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando son taciturnos, cuando se lanzan y cuando tienen miedo, cuando dan un paso equivocado y cuando vuelven a encontrar el camino; padre presente, siempre. Decir presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiado controladores anulan a los hijos».

En este día, en su día, apreciados papás, es muy bueno y saludable recordar espiritualmente el “Año de San José”, el custodio del Redentor y esposo de la Virgen Maria. Un recuerdo muy valioso que, con la ayuda de San José, le permita a todo papá darle el verdadero sentido a su existencia, a su vocación, a su paternidad

En la Eucaristía de este domingo, de mi parte, no faltará una oración muy especial para que el Señor los bendiga a todos, con un recuerdo muy particular para los papás que nos han precedido en la casa del padre, incluyendo a mi papá, que con su testimonio de vida cristiana colaboró para entregarme al Servicio del Señor y de la Iglesia.

Para el día de papá, a nivel del ambiente familiar, les propongo rezar la siguiente oración:

“Gracias, Dios mío, por el don de la vida, por el regalo de compartir contigo el don de la paternidad. Gracias por permitirme entrar en tu presencia y estar a tu lado. Necesito de Ti, Señor. Mira que mi vida sin Ti carece de sentido. Aumenta mi fe para que te sepa descubrir en todos los momentos de mi existencia. Acrecienta mi confianza para que no me deje seducir por cosas efímeras, que se acaban, que defraudan. Que mi hogar, muy amado Jesús, sea la auténtica imagen del ambiente familiar que tú has vivido en Nazaret. Foguea mi amor para que te ame siempre con más pasión y junto a todos mis seres queridos podamos ser apóstoles infatigables de tu Reino” ¡Amén!

¡Feliz día Papás! Un fuerte y afectuoso abrazo. El Señor y la Virgen los bendigan.

Surco 19 de junio de 2021

Francisco Lafronza (P. Felipe)

 


DILE QUE NO ESTOY…

En cierta etapa de la vida de los hijos, algunos padres de familia, se sirven de ellos para responder a las personas que los requieren, indicándoles que den como respuesta: “Dile que no estoy…”. Una forma, probablemente, de salir adelante de un posible apuro, engañando indirectamente a quien solicitaba atención. De esa forma los padres Ilusionan su conciencia, al pensar que han hecho algo conveniente, sin embargo, han dado un mal ejemplo a los hijos al hacerlos intervenir negativamente en el hecho, con una mentira.

Con esa equivocada forma de actuar, papá o mamá, podrían tener la seguridad de haber quedado bien con la persona en cuestión porque según cierta costumbre, su respuesta sería una simple “mentira blanca”.

¡No hay “mentiras blancas”! La mentira no tiene color. Mentir es faltar a la verdad. La verdad hay que vivirla, decirla y reafirmarla siempre, cueste lo que cueste. Tampoco es justo hacer intervenir a terceras personas en forma incorrecta, induciéndolas a actuar con mentiras. Como afirma Mark Twain: “Una mentira puede parecer la solución para salir del presente, pero no tiene futuro” al respecto, en cuanto a la educación de los hijos, hay que considerar que no hay mejor manera de formarlos que en la verdad.

Jesús con su vida nos da el ejemplo. Ante Pilato, proclama que había “venido al mundo para dar testimonio de la verdad” (Juan 18, 37). El cristiano no debe “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Timoteo 1, 8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debemos guardar una “conciencia limpia ante Dios y ante los hombres” (Hechos 24, 16).

Como también siguen dándonos su ejemplo los mártires y santos en la historia de la Iglesia. Uno de estos ejemplos, la Liturgia eucarística, en este ambiente de Pascua de Resurrección, nos lo recuerda la Iglesia en San Esteban, diacono, que, por las mentiras de sus calumniadores fue condenado a muerte y lo veneramos como (Hechos 6, 8-15).

Recordando nuestra fragilidad, por el amor que Dios nos tiene, en las normas o mandamientos dados, el Señor, no podía dejar de lado la necesidad de ser sinceros con Él, con nuestros semejantes y con nosotros mismos, indicándonos de rechazar la falsedad y alimentarnos diariamente del valor de la verdad. La verdad sobre Él, sobre nuestros semejantes y nosotros mismos. Respecto a Él, sabemos que no podemos engañarlo. Sobre nuestros semejantes, para tener una relación fluida y sincera, requerimos de la verdad. Sobre nosotros mismos para orientar nuestra existencia conforme lo que somos y tenemos que ser para darle el verdadero sentido a nuestra existencia.

Siguiendo con nuestras reflexiones sobre los mandamientos, nos toca meditar sobre el octavo mandamiento: «No darás testimonio falso contra tu prójimo» (Ex 20, 16).

“El octavo mandamiento – según nos indica el Catecismo de la Iglesia Católica al numeral 2504 – prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza”.

En su resumen, los párrafos del mismo Catecismo desde el 2504 hasta el 2512 nos indican cuanto sigue:

– “No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Ex 20, 16). Los discípulos de Cristo se han “revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24).

– La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.

– El cristiano no debe “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm 1, 8) en obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe.

– El respeto de la reputación y del honor de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra de maledicencia o de calumnia.

– La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo.

– Una falta cometida contra la verdad exige reparación.

– La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.

– “El sigilo sacramental es inviolable” (CIC can. 983, § 1). Los secretos profesionales deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales a otros no deben ser divulgadas.

– La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia. Es preciso imponerse moderación y disciplina en el uso de los medios de comunicación social.

Con Papa Francisco, termino la presente reflexión con lo que él mismo afirma sobre los medios de comunicación social: “Es grave vivir de “comunicaciones” no auténticas, porque impide las relaciones recíprocas y el amor al prójimo. La “comunicación” entre las personas no es solo con palabras, sino también con gestos, con actitudes y hasta con silencios y ausencias; se comunica con todo lo que uno hace y dice.

En su manera de vivir y morir, cada acto humano, por pequeño o grande que sea, afirma o niega esta verdad.

«No dar falso testimonio, ni mentir», implica vivir como hijos de Dios, dejando que en cada uno de nuestros actos, se refleje que Él es nuestro Padre y que confiamos en Él”.

¡Amemos a Dios! ¡Dejémonos amar por Él!

El Señor y la Virgen nos bendigan.

P.Francisco Lafronza (P. Felipe)

Surco 20 de abril 2021


A LOS AMANTES DE LO AJENO…

Hace unos años me encontraba en una de las ciudades de la Comunidad Económica Europea. Por un problema de salud, tuve que ir a uno de los hospitales de la ciudad. Luego de haber sido atendido con el profesionalismo médico de costumbre, al regresar a mi Fraternidad, tomé el bus de la línea que me llevaría cerca.

Fueron alrededor de veinte minutos de tiempo. Igual que a otros pasajeros, al no tener un asiento disponible, me quedé de pie. Al llegar al lugar de mi destino, con la serenidad y tranquilidad de haber logrado mi objetivo, bajé del bus, sin sospechar lo que me había ocurrido en el trayecto del hospital a la cercanía de la Fraternidad.

Hice un breve recorrido y al abrir la mochila para sacar la billetera, no estaba en el lugar que la había puesto. Pensé de haberla olvidado en alguna parte, pero, después de visualizar mentalmente los lugares donde estuve, me di cuenta de la realidad, en el bus, alguien “amante de lo ajeno” se había apropiado de ella.

Mi mayor preocupación no era la exigua cantidad de dinero que contenía la billetera, más bien los documentos. Fueron unos momentos en los que me sentí desprovisto de lo que era muy significativo para mí, de mi identidad, de cierta dificultad y tiempo que me demandaría volver a conseguirlos y también de indignación en contra de quien y quienes roban las pertenencias…

Frente a éste y a otros hechos parecidos, Dios no dejó de poner las cosas en claro, e incluir en uno de los mandamientos: NO ROBARAS. (Deuteronomio 5, 19).  Es decir, no le quitarás a nadie lo que no es tuyo, lo que no te pertenece, lo que no te ha costado esfuerzo conseguir…

El resumen del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) sobre el séptimo mandamiento: No robarás, prescribe la práctica de la justicia y de la caridad en el uso de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. A partir del artículo 2451 hasta el 2463, del mismo catecismo, a continuación, se indican los detalles del mismo mandamiento:

-Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. El derecho a la propiedad privada no anula el destino universal de los bienes.

-Prohíbe el robo. Es decir, la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. La injusticia cometida exige reparación. La justicia conmutativa impone la restitución del bien robado.

-Prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios, llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos como si fueran mercaderías.

-Refiere que los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no pueden ser separados del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras. Implica el uso racional y equitativo de los recursos, sin agotarlos, pensando en toda la humanidad y en las próximas generaciones.

-Considera que los animales están confiados a la administración del hombre que les debe benevolencia. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del hombre.

-La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último.

-El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para todos, lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.

-El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.

-El trabajo dignifica al hombre, quien obtiene los recursos a partir de su propio esfuerzo y empeño y no a partir de la sustracción de lo logrado por otros.

-El desarrollo verdadero es el del hombre en su integridad. Se trata de hacer crecer la capacidad de cada persona a fin de responder a su vocación y, por lo tanto, a la llamada de Dios.

-La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.

-En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola (Lucas 16, 19-31). Y oír a Jesús que dice: ‘Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos, también conmigo dejasteis de hacerlo’ (Mt 25, 45).

“Cada uno ha recibido su don; pónganlo al servicio de los demás como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1Pedro 4, 10). Nadie de nosotros podría afirmar de ser dueño absoluto de los bienes que tiene o ha adquirido con su esfuerzo. Como son indica San Pedro en su carta, somos administradores y, como administradores, nos corresponde utilizar los dones recibidos para nuestro bienestar, como también, para el bienestar de los diferentes entornos de nuestro ser.

A los “Amantes de lo ajeno” el Señor, con justa razón, les indica una enérgica norma en que, no es posible adueñarse de los bienes ajenos. Recordándonos a todos, dos valores que no es posible olvidar: justicia y caridad. La justicia, la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido; y la caridad, virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Virtud que, además, nos impulsa ir al encuentro de los más necesitados.

¡Amemos a Dios! ¡Dejémonos amar por Él!

El Señor y la Virgen nos bendigan.

P. Francisco Lafronza (P. Felipe)

Surco 14 de abril 2021


INSUSTITUIBLE CALOR FAMILIAR JUNTO A OTRAS ATENCIONES HUMANAS Y ESPIRITUALES

En una “Casa de Reposo” para personas de la tercera edad, una inspectora sanitaria acompañada de otras personas, notó que, en el hall de ingreso, había varias señoras de la misma edad sentadas en una actitud de espera. Al abrirse la puerta principal del edificio, con mucha atención y angustia a la vez, la mirada de todas ellas se dirigía hacia el ingreso del lugar.  Al preguntarle la inspectora al dueño del local el motivo de esta presencia e insistente mirada, la respuesta fue la espera de todas ellas de la llegada de alguna persona querida, de algún familiar con quien sentirse querida y poder conversar.

Una experiencia de vida muy significativa que a la postre nos indica como el ser humano no es una isla, más bien un ser en continua y constante comunicación. No solo vive por el hecho de existir, sino también por compartir con sus semejantes, aspectos de la vida que le permitan sentirse bien, acompañado, amado.

Luego de haber reflexionado sobre las tres primeras normas – muy lindas, relacionadas con el Señor que nos ama – individualmente, nos toca seguir reflexionando sobre todas las demás. Normas que con justa razón nos orientan en los diferentes aspectos de nuestra existencia; físico, espiritual, personal y comunitario.

La cuarta norma es: Honrarás a tu padre y a tu madre. Un mandamiento que, se dirige expresamente a los hijos en las relaciones con sus padres, con los parientes y con todos aquellos que, de una forma u otra, tenemos alguna relación para incentivar el común bienestar humano y espiritual.

A continuación, una breve reflexión de la Doctrina de la Iglesia sobre el “Cuarto Mandamiento”

“Es bueno recordar que la paternidad divina es la fuente de la paternidad humana; es el fundamento del debido respeto y honor a los padres. El respeto de los hijos, hacia su padre y hacia su madre, se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. El vínculo familiar consagrado por el sacramento del matrimonio.

El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. ‘Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?’.

Un respeto filial que se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. ‘Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre… en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar’. “El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión”.

La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.

En la medida que les es posible, los hijos mayores, deben prestarles a sus padres la ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud.

Si bien el cuarto mandamiento se dirige expresamente al deber de los hijos hacia sus padres, no es posible olvidar los deberes de los padres hacia los hijos.  La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual.

Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera.

Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe, de los que ellos son para sus hijos los ‘primeros heraldos de la fe’. Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. Una fe viva y autentica.

La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.

En el transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente su razón y su libertad.

Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio.

Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán respetuosamente. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario, ayuda a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar.

A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada hacia la vocación religiosa y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.

El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien y el bienestar comunitario físico y espiritual, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes están sometidos a ella”.

Que el simbólico calor humano, fuente de encuentro, del verdadero amor, que une a los seres humanos en nombre de Dios, sea el acicate que nos ayude a contribuir al bienestar individual, espiritual y comunitario de todos, síntesis del sentido del cuarto mandamiento.

El Señor y la Virgen nos bendigan.

Francisco Lafronza (P. Felipe)

Surco 22 de enero 2021


DOMINGO DE LA FAMILIA
UN PROYECTO DE VIDA A EJEMPLO DE LA FAMILIA DE NAZARET

“Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía llenándose de sabiduría; y contaba con la gracia de Dios”. (Lucas 2, 29-40)

Entre algunos spots publicitarios, como si fuera el mejor regalo navideño, que se dieron antes de Navidad para incentivar su celebración, me agradó, con la debida aclaración, el afectuoso abrazo de una niña al reencontrarse con su padre. Reafirmo con la debida aclaración por el hecho de que Navidad, no consiste en un intercambio de regalos, más bien, sin lugar a duda, el mejor regalo que nos hace Dios, pues recordamos su presencia divina en nuestra historia, su Encarnación en el seno de una Virgen, por exclusiva voluntad divina, fruto autentico del amor de Dios, indicándonos el verdadero camino del bienestar individual y comunitario a seguir y, de parte nuestra, el empeño de un sincero encuentro con Él. Un encuentro, lo de la hija del spot publicitario con papá, en que se aprecia la más sincera manifestación del amor de ambos, lo más natural de los sentimientos y afectos que el Señor ha puesto en nuestra interioridad para dar vida, entre otros aspectos, a la familia humana.

El Señor, en su infinita bondad, ha creado el hombre y la mujer a su imagen y semejanza. Los creó con características diferentes y exclusivas él uno del otro, para que, al encontrarse, al compatibilizar y, luego de pedir la bendición de Dios con el sacramento del matrimonio, iniciar un camino para tener y dar vida.
Este Domingo 28 de diciembre, es el Domingo de la Familia, con un recuerdo especial a la Familia de Nazaret. Una familia compuesta por José, María y Jesús. Una familia sin pretensiones ni económicas, ni sociales, pero con muchísimas dificultades. En líneas generales, de la misma conformación social que las demás familias de Nazaret. José, como padre adoptivo, de profesión carpintero; María la mujer, ama de casa, que dio las semblanzas humanas al Hijo de Dios y Jesús, el hijo predilecto, actúan y viven juntos su misión con responsabilidad, impregnando unión entre ellos, conforme la divina voluntad. Sin duda, un singular ejemplo para todas las familias de este mundo. Un ejemplo no muy fácil para ser seguido, pero nada imposible. Todo es posible cuando se tienen ideas claras sobre lo que somos y tenemos que ser en nombre del Creador.

«El núcleo familiar de Jesús, María y José – afirma papa Francisco – es para todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio. Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la familia una especial comunidad de vida y de amor. Aquí aprendemos que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser ‘Iglesia doméstica’, para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y volverse fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son: recogimiento y oración, mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad”.

Una familia en que además de los valores anteriormente indicados, la educación de los hijos tiene un lugar privilegiado, para ello papa Francisco añade: “Es en la familia unida que los hijos alcanzan la madurez de su existencia, viviendo la experiencia significativa y eficaz del amor gratuito, de la ternura, del respeto recíproco, de la comprensión mutua, del perdón y de la alegría».

Da mucha pena, como hoy en día, se busquen diferentes formas para desintegrar o destruir la familia, orientándola hacia otros supuestos tipos de familia, que nada tienen que ver con su verdadera esencia o naturaleza.
No hace mucho le pregunté a una persona con quien hubiese deseado vivir desde su niñez. La respuesta fue tajante, con quienes intervinieron en darle la vida, es decir papá y mamá. En fin, es la valida experiencia que, gracias a Dios, tuvimos la suerte de vivir en familia. Niño o niña, varón o mujer, cada cual necesita de la presencia de ambos padres para darle el sentido vivencial y emocional correspondiente a la existencia humana.
Aprovechemos, Hermanos del corazón, esta festividad para realizar los reajustes que cada uno de los miembros de nuestras familias nuestras familias necesitamos, acercándose siempre más al ejemplo de cada miembro de la familia de Nazaret.

¡Qué la Familia de Nazaret bendiga a todas nuestras familias!.

P. Francisco Lafronza (P. Felipe)

Surco 27 de diciembre 2020


UNA REALIDAD QUE NO ES POSIBLE TERGIVERSAR

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, más tenga vida eterna (Juan 3:16)

No hace mucho que inició el tiempo de adviento. Uno de los tiempos fuertes del año litúrgico.

El tiempo en que, con justa razón, nos ayuda a prepararnos para celebrar como nos corresponde, la NAVIDAD.  Uno de los acontecimientos más importante del proyecto de salvación de Dios para sus creaturas. En él, volvemos a reflexionar sobre la Encarnación del Hijo de Dios. La segunda persona del misterio trinitario que viene a formar parte de nuestra historia, manifestándonos su entrañable amor, como afirma Juan en la frase inicial de la presente reflexión. Un amor que, sin quitarnos la libertad que tenemos y ejercemos, nos acompaña para darle a nuestra existencia su verdadero sentido, proyectándonos hacia la tan anhelada felicidad.

Sin falta, una Navidad diferente de todas las anteriores de nuestra existencia. Una Navidad en la que, en relación al cuidado de nuestra bioseguridad, es necesario tener presente una serie de

recomendaciones…

Una Navidad cuya naturaleza no ha cambiado. Es el mismo Jesús que viene a enseñarnos el

camino a seguir con todos los valores humanos y cristianos que nos corresponde vivir y compartir. El concepto de Navidad tiene su íntima relación con la palabra nacimiento. Nacimiento de alguien, no de un alguien cualquiera, sino del Hijo de Dios. Nacimiento que solo Dios tuvo el poder de realizarlo, recordando que “para Dios nada es imposible” (Lucas 1, 37). Por eso, sin ningún reparo, se encarna en el seno de una Virgen.

Da   mucha   pena   como   en   determinadas   circunstancias, se   quiera   tergiversar   este acontecimiento al margen de su realidad. No es posible sustituir este misterio con la intervención de un supuesto papá Noel, que nada tiene que ver en este asunto. Lo peor es que, por intermedio de esta supuesta presencia, se quiera incentivar a los niños a dirigirse a él pidiéndole regalos, cuando el mejor regalo que podamos conseguir, es el mismo niño Jesús.

Nos equivocamos al pensar que a los niños se les pueda cambiar la realidad de los hechos, de las cosas. Es bueno recordar que, como es natural, frente al interés que ellos tienen de saber el porqué de lo que acontece a su alrededor, al llegar a esta época del año, en que los adultos se preocupan en la adquisición de determinados bienes materiales, se pregunten el porqué de tanta exaltación.

Educar no es solo instruir, más bien hacer vivir la realidad de los acontecimientos, rescatando de ellos los valores que encierran. Es decir, una Navidad que no solo es para satisfacer las emociones de la niñez, más bien para enriquecer espiritualmente a todos los seres humanos en las diferentes etapas de su existencia, sin olvidar que, con la pandemia, nos ha tocado vivir un acontecimiento que da motivo para vivirlo como Dios manda.

Para ello, el papa Francisco en una de sus varias reflexiones para esta NAVIDAD y en relación a la pandemia que hace meses nos ha tocado vivir, nos indica: “Como sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado. El malestar estaba: la pandemia lo ha evidenciado más, lo ha acentuado”.

Recordando además que el Señor también se hace presente en los signos de los tiempos, Francisco añade: “Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común”.

Sin desesperar, pues lo único que nos queda es acudir con la misma humildad con que Jesús se hizo presente en nuestra historia, Francisco, añade: “En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor”.

Es un camino de fe y sanación que solo es posible recorrer con la ayuda del Niño Dios que nos ama y para ello vino una vez más a recorrerlo junto a nosotros como sigue indicándonos Francisco a continuación: “Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino de Dios que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros. Es un Reino de luz en medio de la oscuridad; de justicia en medio de tantos ultrajes; de alegría en medio de tantos dolores; de sanación y de salvación en medio de las enfermedades y la muerte; de ternura en medio del odio. Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe”.

Con el sincero deseo que esta NAVIDAD deje huella en nuestro espíritu para vivirla como nos corresponde, les deseo los mejores augurios de Paz y Bien. Un fuerte abrazo.

Francesco Lafronza (P. Felipe)

Surco 13 diciembre 2020


ACONTECIMIENTO QUE SIGUE DEJANDO HUELLA EN NUESTRO SER…

“Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. (Isaías 9:6)

Durante nuestra existencia varios son los acontecimientos que dejan o deberían dejar huellas en nuestro ser. Unos para bien y otros, para lo contrario… Olvidémonos, por lo pronto, de los segundos y centremos nuestra atención en los primeros. Acontecimientos en cuanto hechos cuyas características adquieren cierta relevancia en nuestra existencia, para tenerlos presente, y, al vivirlos, para enrumbar nuestra existencia conforme el significado que en sí encierran. Unos pueden orientarnos hacia el aspecto humano de nuestra existencia y otros en relación al aspecto trascendental, espiritual, religioso, pues, no solo somos materia, sino espíritu y, como cuidamos nuestro cuerpo, no es posible olvidarnos de nuestra alma.

Entre los acontecimientos religiosos que marcan o deberían marcar nuestra existencia está la NAVIDAD. El recuerdo imborrable de la primera venida de Cristo en nuestra historia. El Hijo de Dios que, sin perder su divinidad, viene a compartir con todos nosotros su humanidad para indicarnos el camino a seguir y poder lograr el verdadero sentido del bienestar tan anhelado, en vista de la bienaventuranza eterna. Un simbólico camino que no es libre de renuncias para que la gracia de Dios surta sus efectos.

Una NAVIDAD cuyo objetivo es recordar y celebrar, como corresponde, la Encarnación del Hijo de Dios, la segunda persona del misterio trinitario.

Da mucha pena como en estos últimos tiempos se busque la forma de como desvirtuar este acontecimiento al margen de su verdad, de su realidad, para enfocarlo hacia ciertas formas de pensar equivocadas, ideologías o sistemas que no tienen nada que ver con el significado o valor que encierra, como, enfocarlo hacia la industria o el comercio.

Para ello, al empezar el tiempo de preparación de la NAVIDAD con el primer Domingo de Adviento, la Iglesia, nuestra Iglesia, que con el bautismo nos confirió la gracia sobrenatural para darle el verdadero sentido a nuestra existencia, nos orienta hacia una preparación que valga la pena otorgándole a la Navidad el sentido que le corresponde y que, como cristianos y católicos, no podemos y no debemos echar en saco roto.

En ese sentido, ¿Cómo no entretenernos en la breve reflexión de uno de los padres y doctores de la Iglesia, Gregorio de Nisa? Gregorio a continuación nos indica, cómo prepararnos para este acontecimiento empezando con sacudirnos del polvo terrenal que llevamos en nuestra interioridad y dar espacio a lo que vale la pena.

“Este es uno de los grandes preceptos del Señor: que sus discípulos se sacudan como el polvo, todo lo que es terrestre, para dejarse llevar por un gran impulso hacia el cielo. Él nos exhorta a vencer el sueño, a buscar las realidades de arriba, a mantener sin cesar nuestro espíritu alerta, a expulsar de nuestros ojos el adormecimiento seductor. Me refiero a ese letargo y a esa somnolencia que conducen el hombre al error y le forjan ilusiones: honor, riqueza, poder, grandeza, placer, éxito, ganancia o prestigio”.

En la segunda parte de su mensaje que, en síntesis, hace referencia a la palabra de Dios del primer domingo de adviento del evangelio de Marcos (13, 33-37), Gregorio añade: “Para olvidar tales fantasías, (las indicadas líneas más arriba) el Señor nos pide que superemos ese pesado sueño: no dejemos escapar lo real por una búsqueda desenfrenada de la nada. Él nos llama a velar: Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas. La luz que resplandece ante nuestros ojos ahuyenta el sueño, el cinturón que ciñe nuestra cintura mantiene nuestro cuerpo alerta. Ceñir la cintura de templanza es vivir en la luz de una conciencia pura. La lámpara encendida de la franqueza ilumina el rostro, hace brillar la verdad, mantiene el alma despierta, la hace impermeable a la falsedad y ajena a la futilidad de nuestros pobres sueños. Vivamos según la exigencia de Cristo y compartiremos la vida de los ángeles”.

Apreciados Hermanos, como nos indica la palabra de Dios en Hebreos (13, 9): “No os dejéis llevar por doctrinas diversas y extrañas, porque buena cosa es para el corazón el ser fortalecido con la gracia, no con alimentos, de los que no recibieron beneficio los que de ellos se ocupaban”, más bien, mantengámonos firmes en la verdad, identificada en el mismo Cristo Jesús, para que la próxima NAVIDAD, acontecimiento que ha reafirmado la historia del mundo en un antes y un después de Cristo, siga dejando huella en nuestra existencia, indicándonos el simbólico camino a seguir para el bienestar de toda la humanidad.

El Señor y la Virgen nos bendigan.

Francisco Lafronza (P. Felipe)

Surco 30 de noviembre de 2020


UNIDOS POR LA ESPERANZA

Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. (Jeremías 29:11)

Han pasado ya varios meses del inicio de la actual pandemia. Según el acontecer de otras pandemias que se dieron a lo largo de la historia, todos esperábamos que no iba a durar mucho. Los malos agüeros presagian que lo peor está por venir. ¿Es posible seguir viviendo con esta angustia? ¿Con el sufrimiento de tantas personas, las dificultades que todo esto conlleva al vivir? Da muchísima pena la candad de hermanos y hermanas fallecidos sin que sus familiares hayan tenido la posibilidad de acompañarlos hacia la “morada eterna” … Junto a estos dolorosos hechos y según nos informan a diario los medios de comunicación social, hay otros más aspectos sintomáticos de la pandemia, que no dejan de preocupar como: el aspecto social, la economía ….

Es una realidad que a cuanto parece, solo se orienta hacia el aspecto puramente humano.

¿Porque no enfocarla desde la totalidad del ser? Es decir ¿físico, humano y espiritual? Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. El Señor nos ama y conforme la reflexión bíblica inicial, Él se preocupa de nuestro total bienestar, libre de toda calamidad. Su proyecto de vida es un proyecto de salvación, desde esta dimensión y en proyección a la dimensión que nos espera al término de nuestra existencia.

Vivimos la pandemia con la pretensión de darle soluciones exclusivamente humanas, cuando el aspecto espiritual no es posible olvidarlo. Creados a imagen y semejanza de Dios, tenemos que acudir a Él con la humildad que nos corresponde para resolver todo tipo de problemática que nos angustia. El Señor en su bondad no deja de otorgarnos los medios más que suficientes para resolver esta problemática. Por ello la necesidad de unirnos para que con la ayuda de Dios; la voz autorizada de la ciencia; y la ponderada orientación de nuestros gobernantes, todos juntos y animados por la virtud de la esperanza, podamos salir lo más pronto posible de esta pandemia.…

No se trata de una esperanza puramente humana que, al no tener un fundamento real de lograr que suceda algo que se anhela o se persigue, al no poner las condiciones necesarias, sería imposible lograr sin una esperanza cristiana-divina. Virtud que, si bien se orienta sobre todo hacia la consecución de la vida eterna, no podemos olvidar que es en la presente dimensión que el ser humano va labrando lo eterna.

El Catecismo de la Iglesia Católica “CIC”, en el párrafo 1818 afirma así de la esperanza: “La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza nos preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad”.

La esperanza, una virtud que no la podemos echar en saco roto, más bien, vivirla y compartirla. Vivirla y compartirla como Dios manda, pues según su misma naturaleza es ella la que nos trae la felicidad.

“Por eso – conforme nos indica papa Francisco – debemos tener bien fija nuestra mirada en Jesús y con esta fe abrazar la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos da. Un Reino de sanación y de salvación que está ya presente en medio de nosotros. Un Reino de justicia y de paz que se manifiesta con obras de caridad, que a su vez aumentan la esperanza y refuerzan la fe. En la tradición cristiana, fe, esperanza y caridad son mucho más que sentimientos o actitudes. Son virtudes infundidas en nosotros por la gracia del Espíritu Santo: dones que nos sanan y que nos hacen sanadores, dones que nos abren a nuevos horizontes, también mientras navegamos en las difíciles aguas de nuestro tiempo”.

¿Cómo no recordar el hecho de que el Señor se hace también presente en nuestra historia con los “signos de los tiempos”? (Lucas 12, 54-59).

Para ello, es bueno descubrir lo que el Señor desea, directa o indirectamente, manifestarnos en estos dolorosos acontecimientos. En la “Gaudium et spes – Gozo y esperanza” del Concilio Vacano II afirma: “… es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4).

Al respecto papa Francisco hace referencia a dos aspectos muy importante: la desigualdad social con todas sus injusticias y la degradación ambiental. Penosas realidades que van de la mano, “cuya raíz es la del pecado de querer poseer y dominar a los hermanos y hermanas, de querer poseer y dominar la naturaleza y al mismo Dios”.

La esperanza es el don de Dios. En una de sus cartas, el apóstol Pablo habla de Dios como “el Dios de la esperanza” (Romanos 15:13). Lo que él quiere decir es que la esperanza es una bendición que nos brota de Dios. Es su regalo. Durará hasta cuando nosotros le permitamos que dure. Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza.

Cumplamos con los protocolos que la autoridad competente nos indica y sigamos rezando para que el Señor nos tenga misericordia y nos ayude a salir de esta situación de pandemia, con la ayuda de la Virgen María que, como indicó a los sirvientes de las “Boda de Cana de Galilea” al referirse a Jesús, los invitó a: “Hagan todo lo que él les diga” (Juan 2, 5). También nosotros hagamos lo que nos corresponde y Jesús nos indica por intermedio de su divina palabra para nuestro bienestar físico y espiritual individual y comunitariamente.

El Señor y la Virgen nos bendigan. Surco 04 de setiembre 2020

Francisco Lafronza (P. Felipe)


LIBRES DE TODA ATADURA Y UNIDOS A CRISTO PARA DAR FRUTOS

“Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo quita; y todo {el} que da fruto, lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mi” (Juan 15:2-6)

No hace mucho, el jardinero que cuida los jardines de nuestra Fraternidad Cristo Salvador, después de unos meses de ausencia, debido a la pandemia que nos afecta a todos, regresó y volvió a ocuparse de ellos. Vergeles a que les faltaba poco tiempo para parecerse bosques.

Con su máquina cortadora, empezó a cortar el césped, a podar las plantas y darles forma, la que tenían antes del inicio de la pandemia. Entre las diferentes plantas que ocupan nuestros jardines, hay algunas variedades de cucardas. Llaman la atención las que ordenadamente y en fila, bordean el pasadizo que, desde el convento, se expenden hacia el despacho parroquial.

Ya con el jardinero en su faena, me extrañó mucho el hecho de que algunas de las cucardas las podara de tal forma que, a mi parecer, al no poder recibir la savia necesaria en las diferentes partes de la misma planta para seguir viviendo, iban a secar.

Dando vuelta cada día por el jardín, no dejaba de observar con cierta pena las contraveradas cucardas … Pasaron unos días y, con extrañeza y maravilla de mi parte, empecé a observar el brote de unas hojitas, tiernas, llena de vida, de color verde claro al inicio, adquiriendo luego el mismo verdor de todas las demás. Es decir, las cucardas no habían muerto, con la poda, más bien se estaban renovando junto a las demás plantas de todo el jardín.

¡Mucho hay que aprender de la naturaleza! Uno de los mejores libros que nos enseña los diferentes procesos existenciales para darle forma a nuestra vida. Creada por Dios, en sí perfecta, entregada al ser humano para satisfacer nuestras necesidades, a nuestro servicio, con el compromiso de cuidarla, pues, considerando que la vida con el pasar del tiempo, al llenarse de inútiles escombros, necesita de una poda para renovarse…

Podar no es destruir ni arrasar. Podar es cortar. Cortar con cariño y con un objetivo. Se poda para renovar, para dar energía y vida, para orientar y hacer crecer, para encauzar. Una poda que, para el ser humano, no es pérdida de libertad, más bien consecución de la verdadera libertad, al hacernos libres de todo tipo de atadura, la que más bien sí nos esclaviza. Para ello Jesús al dirigirse a los judíos que habían creído en él les dijo: “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. (Juan 8:31-32)

Una simbólica poda que nos ayuda a intimar con el Señor que nos ama y nos une a él. Unión que nos permite sentirnos bien, dar el verdadero sentido a nuestra existencia, para dar los frutos deseados, conforme lo indicado por la palabra de Dios al inicio de la presente reflexión.

Todos necesitamos una poda, aunque nos duela; pues, hay que quitar lo superfluo o lo que está estorbando; enderezar lo que va chueco; limitar lo que se ha excedido; renovar lo que se ha hecho viejo y obsoleto. Hay tantas cosas adheridas a nuestro corazón que nos cuesta dejar a un lado, como: la comodidad, la costumbre, la tibieza, ciertas formas de vivir en conflicto con uno mismo y los demás. Una forma de vida que nos ayuda a orientar positivamente nuestra existencia, sentirnos bien y proyectar bondad en los diferentes entornos de nuestra existencia.

Un camino apto para orientar y mejorar nuestra vida hacia la santidad como nos indica el Señor: “Yo soy el Señor, su Dios, y ustedes deben santificarse y ser santos, porque yo soy santo”, (Levítico 11, 44)

Santidad, no es otra cosa que orientar nuestra vida hacia la perfección. Hacer las cosas bien con amor, con rectitud, con fidelidad y en unión a Jesús, para dar los frutos correspondientes…

La perfección es un camino que hay que recorrer todos los días de nuestra existencia. Un camino que adquiere el polvo simbólico de las diferentes realidades que nos toca vivir. Un camino que exige esa simbólica poda que aplicamos a las plantas para darles vida, para que fructifiquen. En fin, es lo que tenemos que hacer todos los seres humanos en base a los que somos y tenemos que ser. Creados a imagen y semejanza de Dios nos espera compartir con él lo mejor de nuestra existencia por toda una eternidad y esto requiere constancia y fidelidad a la vocación que el Señor desde su misma eternidad nos ha transmitido.

“¡No teman! – para ello nos invita Juan Pablo II – ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!

…quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande.

¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera…

¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera felicidad”.

Sensibles a las maravillas de la naturaleza con el empeño de despojarnos de lo inútil y en unión a Jesús para dar frutos renovemos nuestro empeño de vida cristiana.

El Señor y la Virgen María nos bendigan.

P. Francisco Lafronza (P. Felipe)

Surco 22 de agosto 2020